viernes, 31 de enero de 2014

08- Departamentos







"…Sátiro, coro, noche y drama, el plan se teje según la trama. Mística orgía de cenizas negras, se eleva el humo y Dionisos brama. Ritmo de trance retumban las nalgas, que flotan sobre piernas que pisan la nada. Arden los labios por libaciones arduas. Surgen los cantos al ritmo de las barbas…"

Acostada en la cama de su departamento, Silvina terminó de leer esto y se sintió algo turbada. Aún en tiempos en que esta de moda no escandalizarse por nada, donde ser cerrado a las expresiones más extrañas queda mal, a ella, sin embargo, estas frases le sonaban fuertes. Las palabras le salpicaban como esas frías olas heladas de pleno enero bonaerense.

"…Rituales de Frigia retumban hasta en Tracia. El aire es espeso y espesa es la danza. Se bebe y se traga en la hoguera del bosque quien contempla al fuego que lo amenaza. Entre orgías y gritos se trenzan los cuerpos. La ofrenda esta hecha y el pacto esta en marcha. El sátiro se mueve al compás de su máscara y en el macho cabrio fija su mirada…"

Pero no era moralidad lo que la ponía incordiosa. Era ella, envuelta en ese ordenado departamento. Acostada en su cama simétricamente ubicada. Tapada en esas prolijas mantas. Ya antes había sentido ganas de poner todo patas para arriba, pero ¡no! ganaba la represión y su auto sermón. Cerró el libro.

Se propuso dormir.

Apagó la luz… ¡Eso fue un error!

La oscuridad trajo las palabras-cubito nuevamente. La oscuridad anulaba el orden de su departamento. Al apagar la luz, su mente era espacialmente más grande, más vasta, más peligrosa. Aquellas palabras del libro se alojaban sin permiso, iban de un lado a otro como panaderos en un inmenso campo abierto. Las chispas de sus pensamientos no formaban fuego aún. Algo faltaba. Sólo eran chispas de fuego, semillas de verde gramíneo. Como en un director de cine, sus pensamientos acontecían imágenes. Pero ella no dirigía nada. Era espectador pasivo de su propia mente. Casi sin notarlo las imágenes comenzaron a tener banda de sonido. Era como un sueño en vigilia, casi… como una película. Los sonidos eran cada vez más conscientes. Hasta que se acordó el nombre… su vecino…

En su desordenado departamento, Leandro inhaló profundo, soltó el aire. Se relajó y siguió tocando. Rodeado de penumbras pues apenas entraba por la ventana un poco de luz del alumbrado público. Casi a oscuras, pero su mente, estaba iluminada. En esos momentos no era vecino de nadie, él no estaba allí.

Silvina seguía en su incordiosa oscuridad. El sonido del bajo eléctrico de su vecino traspasaba su pared, sus mantas, su piel, su mente. Su estructura estética de lo que ÉS la música. Eran sonidos muy extraños. Pensó en como podía alguien tocar así, tan insólito, tan desbordante y desordenado. ¡Desordenado! Retuvo esa palabra. Recordó sus ganas de poner todo patas para arriba. En seguida los cubitos volvieron a aparecer. Sintió ganas de leer un poco más, manoteó el celular que había dejado en la mesita y oprimió una tecla cualquiera. Con la luz proyectada agarró el libro…

"…Comparte tu cuerpo y te daré mi llama. Chupa mi ser que se derrama. El aire hierve y penetra tu entraña. Lo sé porque estoy dentro y veo tu llaga. Los colores son rojos, de eso el fuego se encarga. La noche nos junta y agrupa cuan brazas. El vino se mezcla en las pieles ahumadas y fluyen los jugos de naturaleza humana…"

¿Será posible? -pensó. En ésta época, en ésta ciudad, lo ancestral, lo místico ¡Dionisos! ¿Podía haber aquí, en esta ciudad, algo de esos remotos tiempos? ¿Podía su ruidoso vecino saber algo de todo esto? Lo había visto varias veces en el ascensor, Leandro…

"…En la anónima desnudez de cuerpos rítmicos, ancestrales movimientos abren tu carne. Jugo de uva fermenta en tu sexo y lo bebo en exceso cuan raíz en lava. Salpicada la tierra de sangres varias que el sol quemará luego cuando todo sea nada. El sopor estancado se huele a la legua sosegando los cuerpos que al suelo se lanzan…"

Sólo había una forma de averiguarlo. A lo largo de tres compases llegó al pasillo. Ya frente a la puerta de su vecino, Silvina tocó timbre. El músico seguía inmutable su emanación de desborde. Tocó nuevamente timbre. Leandro siguió tocando. Optó por golpear la puerta. Nada. La música seguía golpeando. Silvina, ya sacada, tocó más fuerte. Silencio. Solo silencio. Ya ningún sonido salía del departamento de su vecino.

En vano esperó

Decidió irse… ¡Eso fue un error!

En su departamento, Silvina pensó que su vecino no la quería ver.

En su departamento, Leandro pensó que algún vecino golpeaba para que bajara la música. Es por esto que decidió ponerse los auriculares para tocar.

“… Y el fuego se ahoga y la noche se asfixia, y las luces solares se abren paso entre ramas. El silencio es humano y el ruido es de las aves, nos niegan sus miradas y así nos llaman… simples noctívagos”.





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