viernes, 31 de enero de 2014

10- Música: Ciencia y ficción








Quizás la primera música escuchada por los homínidos, fue hecha por los pájaros y por el viento.
Volando en picada con la máxima velocidad a la que pueden moverse sus alas, el pájaro planeó para suspenderse en la rama. Con el pico rascó su plumaje, con su pata su nuca. Rápidamente, sus ojos controlaron su alrededor. Satisfecho de seguridad, mientras batía sus alas, sacudía sus cuerdas vocales al ritmo de habituales movimientos…

Él lo vio todo, inmerso en sus pensamientos e inmerso en la escena, lo vio cantar. Echado en la sombra fresca, también él se refugiaba bajo aquel árbol. Hacia justo un instante que se tiraba a descansar y luego de respirar el aliento de desconexión, aquella respiración medio resignada medio rebelde que siempre se ensaya entre la obligación y el relajo, siguió observando al ave, Ya sabía que estaba allí, ya la había visto cantar, pero ahora decidió escucharla; escucharla cantar.

¿Habrá ocurrido así aquel día? Algún homínido, echado al sol descansando su barba, comenzando a practicar lo que hoy denominamos reflexionar o quizás, reflejándose en un charco, dejó por un instante, de entender, de manera automática, señales de existencia cercana de aves, para pensarla como ruidos agradables. Como chispas invisibles que caían de los árboles y daban golpes de algodón, de un algodón extraño, suave e irritante, o áspero y tranquilizador. Aun sabiendo que venían de las aves, le dio formas sonoras de algodón. Y habrá sentido ganas de seguir escuchando esos ruiditos, queriendo que aquel animal siguiera haciéndolos, sólo para escuchar y… pensar, recordar, imaginar, incluso llorar o reír o quizás, seguir escuchando… sólo escuchando.

Quizás el viento fue dramático, si los ruiditos de las aves fueron canto agradable, el viento habrá sido temible y molesto, capaz de despertar pensamientos oscuros que imaginaban imágenes inquietas, que terminaban despertando a gritos en la oscuridad del sueño de aquel que despertaba a la oscuridad de la noche cerrada. Oscuridad, porque oscuro todo, existe la claridad. La oscuridad conduce a la claridad o a su intento, que para un homínido ya es mucho.

Agradable y áspera, así nació la música. Y agradable fue la risa de la que nació luego el baile, la plaza pública, la discoteca. Pero lo áspero se volvió inquietante, sed, búsqueda, preguntas, débiles incertidumbres y firmes certidumbres. A dudas y filosofías, a religiones reglamento, a profesores predicadores, a títulos áulicos.

Del viento o quizás de los ruiditos de las aves. Quizás, seguro que quizás, la primera música que escucharon los homínidos, fue hecha por los pájaros y por el viento Ya algunas generaciones antes, el homínido había comenzado a pensar a las aves como aves, al llanto propio como su llanto y a su risa como risa, a su sentir como lo que sentía y a su echarse al sol como su descansar. Y así habrá nacido la música

Y un día descubrió que el músico podía ser él, aunque no sabríamos decir si lo pensó, lo imagino o lo recordó. O simplemente, tocó y se escuchó y deseó seguir tocando y escuchándose, sintiéndose. Sintiéndola- la música había nacido para el homínido.

Y así comprendió que tocar algo es transformarlo, aunque quizás pasaron miles de años hasta que lo vio así, quizás al principio sólo lo hacía. Tocaba y no lo pensaba, sólo tocaba. Lo entendía ya como música, pero no pensaba ni su porqué ni su cómo, mucho menos su para qué.
Y es que el homínido en aquella época no tenia certezas con las que moverse por su alrededor. Todavía si desarrollarse, las grandes explicaciones del mundo, no influían porque no se habían argumentado sus tramas. No se habían unificado en varios guiones, ni se habían diversificado en esencialmente una misma idea.

En el pasado de los tiempos humanos, el homínido era en su planeta, lo que es ahora él con su planeta, en el universo. Los interrogantes y certezas que tenía para con lo que lo rodeaba. Son los mismos que tiene ahora para con los sistemas que rodean al suyo. En verdad, aún con certeza, tampoco comprende bien a su planeta.


Pero quizás haya ocurrido como ahora que nos movemos con lo que ya damos por sabido, creemos autómatamente que la realidad es lo que sabemos de ella. Lo que no sabemos no existe. Si no existe para nosotros; no tiene existencia.

Entones no es que no tenía certeza sino que se movía con las que tenía y que, aunque ahora, a nosotros nos parecen pocas, a ellos les bastaban para formar su mundo. Pero aun moviéndose en las certezas, pocas o muchas, soplaba el viento, en esencia, el mismo que suena hoy despertando, al igual que antes, dudas, intrigas, desestabilidad de las certezas estabilizadoras.

Vivenció por mucho tiempo la cadena acústica de la energía, sin saberlo captó las señales de la naturaleza al tiempo que experimentó las señales internas de su naciente conciencia.

Separó entonces los ruiditos del ave, que mucho tiempo después llamaría simple y grandilocuentemente; fuente. Y se vio a si mismo escuchando, inventándose como receptor. Pero no fue hasta hace poco tiempo que pensó en un cómo. Tardó… y lo llamó; medio.


Hoy en día el homínido actual puede enunciar que percibir auditivamente un ave o al viento (o a cualquier otra fuente), resulta de un traspaso de energía acústica entre el ave y él (receptor) a través de un medio.






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