viernes, 31 de enero de 2014

02- Caballos robados





La luna no quiso ser cómplice, y sabiendo que ésta los denunciaría, esperaron a que sólo su cuarto menguante observara desde las alturas.

Arrastrándose sigilosamente cuatro hombres desnudos avanzan por el pasto acercándose cada vez más al establo. La creencia de campo resulta cierta, ya que los perros duermen sin sospechar ni un rabo lo que está ocurriendo.

- ¡Teníamos que venir en bolas! -le susurra de cerca Marcos al gordo Leta, mientras se saca una hoja de cardo de la rodilla.
- ¡Ya te explicamo! dicen que si vas en bolas no te olfatean. Y no te quejes más que tamos todos en la misma. Dale seguí.

El Túcu es el primero en llegar hasta el portón. La noche hace sentir su pesado frío y el sonido de los grillos es más fuerte de lo que se podía creer. Detrás de él llega Julito. Luego el gordo Leta y casi a su lado Marquitos. Sin decirse nada, el Túcu corta, con una navajita diminuta que llevaba agarrada con los dientes, la cinta de embalar que rodea la cintura del Julito. El gordo Leta agarra la pinza que estaba pegada a la espalda, se incorpora muy lentamente y de un golpe maestro, con toda experiencia, corta el precario candado que prohibía el paso al establo. Entran.

Los mansos caballos apenas se inmutaron. Los cuatreros sabían lo que hacían. Un caballo para cada uno.

Ante el rápido galope, la luna y los grillos nada pudieron hacer. Así la noche de campo siguió su existencia a un ritmo milenario.

Pero la mañana fue violenta y desesperada. Cargada de angustia, incertidumbre y bronca. Al menos así lo fue para los guardaparques. Sus amigos, los caballos, fueron robados.

En un viejo galpón de la estancia, Marcos monta guardia, Julito echado adentro frente a los caballos duerme su siesta de mediodía. Sentado fuera al costado del portón, en un gran tacho de pintura viejo, la cara de Marcos es iluminada fugazmente con el reflejo del sol en el vidrio de la camioneta en la que llegan sus compañeros cuatreros con el jefe. Los cuatreros mayores: El gordo Leta y el Túcu, cuyas edades rondan los cuarenta, lucen los vestigios de vidas duras, de excesos y changas, de temporadas en cárceles y vida de alcohol al rayo del sol. Por un instante Marcos piensa en cómo vino a dar con estos sujetos. ¡Claro! por medio de Julito, recuerda, su compañero de internado. El Tucu, amigo del padre lo sacó a Julito de minoridad y éste al pedirle por su amigo, movió algunas palancas y lo sacó también a él. A veces Marcos no sabía que era peor, minoridad o afuera de “cuatrero” con estos tipos. A los 18 se iría lejos se consolaba siempre. -Me voy a la mierda de acá, no me ven nunca más -se repetía Marcos –Un año más, un año más –agregó.

La camioneta y la nube de polvo del camino avanzaban rápidamente hasta llegar a unos metros del galpón. Julito despertó de su siesta.

- ¿Todo bien amigo? -Le grita mientras bajan de la súper-camioneta negra.

- ¡Todo bien! -Responde Marcos.
El jefe bajó ultimo de la cuatro por cuatro, y caminó hacia la puerta del establo, miró a los caballos con un ánimo de desdén, quizás como muestra de liderazgo ante sus peones haciendo alarde de ser Comisario de la policía o quizás por simple costumbre de hacer alarde.

- ¡Así que éstos son! ¡ Lindos bichos pa morcilla, van pal mataderos éstos, sabías pibe?

- ¡Cómo al matadero!- exclamó Marcos sorprendido - ¿No los iban a vender a un campo de Santa Fé?
- No pibe, cambio de planes, a último momento se tiró atrás el rosarino garca ese. Ahora me los compra uno que conozco, él se encarga de todo, yo ni me ensucio.

Ante la risa de sus compañeros cuatreros, Marcos, casi sin pensar exclamaba…

- ¡Pero no! nos los mate, mire que buenos caballos, son fuertes, tan bien cuidados, seguro puede sacar buena plata…

- Sí, ¿y qué hago con los animales acá mientras consigo otro boludo que los compre? No pibe a éstos me los saco de encima hoy.

- Si Marquitos no te pongas sentimental, che -le gritó el Gordo Leta.

Marcos comprende la situación en la que se encuentra, baja la mirada y se queda callado.

- Pasa Jefe que el pibe salió muy sentimental del internado ese. Pero es buen pibe.
- Bueno, escuchame sentimental –le dice el Comisario a Marcos – a la noche va a venir un camión. Ayudá a subirlos y yo mañana a la mañana vengo y arreglamos lo que habíamos pactado. ¿Ta? –Mira a los otros tres.

- Si jefe, todo bien, nosotros también cargamos y mañana lo esperamos acá.

- No se haga problema- le dice el Gordo Leta al jefe.

- Buen, me voy, ¡hoy tengo un día de mierda!

- Bueno, listo así quedamo –Le dice el Gordo Leta mientras lo acompaña a la cuatro por cuatro.


Marcos entra al galpón donde estaban amarrados los caballos, se sienta contra la pared y se queda pensativo. De fondo, la conversación de sus compañeros cuatreros en la entrada del galpón, que se quedan sentados ahí preparándose para la siesta.

Marcos mira los caballos, mira a un caballo, mira a sus ojos y el caballo lo mira, mira a los ojos a Marcos. Marcos baja la mirada y entiende y siente que podría llorar pero su vida dura como el pavimento no lo permite. Vuelve a pensar en cómo fue a parar con esos tipos. Julito se acerca a él y le dice resignadamente…

- Qué viejo gato éste, matar a estos bichos, ¡ta re loco!


La llegada de la noche trae consigo al camión tal cual los planes. Atisbado de barro pero bien cuidado, el Scania rojizo luce como un gran dragón de acero, casi de juguete, pero sólido como un tanque de guerra. De forma inesperada y casi como una nota de color, un pequeño hombrecillo sale de la cabina. Y así mientras suben los caballos al camión, Marcos debe escuchar al insoportable duende-camionero que no parará de hablar de todas sus andanzas con todas las putas de sus viajes y de cómo gracias al Comisario gana plata simplemente llevando caballos de un lugar a otro.

Subir los caballos fue rápido. Pero para Marcos fue un momento interminable.

- ¡Después les traigo mortadela! -gritó el camionero-duende riendo y despidiéndose de los cuatreros.


Esto fue el colmo para Marcos, la chispa que faltaba para explotar de bronca y asco ante semejante cinismo.


Marcos de un salto se coloca delante del camión y hace señas para que lo detenga. Los cuatreros sorprendidos van hacia el camión para ver que pasa y al llegar escuchan a Marcos decirle al camionero…

- ¡Antonio! Ya que vas por la ruta ¿no me tirás en el bar del Toto?

- ¡Ah, hijo e tigre! ¡Hay buenas putas ahí! Marcos poniendo cara de sátiro responde…

- ¡y bue! ¡Tanto caballo, tanto caballo, ahora quiero una yeguita! –Todos se ríen y festejan a Marcos. -Dale subí que te llevo, dijo el grotesco camionero.


Lo que sigue es producto del ritmo vertiginoso en el que ocurrieron los hechos. No tendría otro sentido que el que no sea perderlo o desvirtuarlo si utilizara una descripción narrativa detallada y desplegada, ya que, ocurre a veces, en la vida, hechos que irónicamente acontecen en un tempo de crónica periodística más que de narración literaria.


Después de varios kilómetros, ya en la oscuridad de la ruta 36, Marcos apunta con un arma al chofer y le hace señas de que frene el camión, pero el pequeño camionero forcejea con él e intenta sacarle el arma, en ese momento el camión embiste y choca con algo en la ruta. Distraído por la sorpresa de la embestida, el camionero sin querer, con su brazo abre la puerta, Marcos rápido patea. La caída fue con un grito desesperado del camionero. Al frenar el camión, Marcos baja apuntando con el arma, pero es en vano, porque constata inmediatamente lo que el duro pavimento puede hacer en un hombre. Esta muerto.

Detrás, en la banquina, el motivo de la embestida: una moto Honda Tornado, tirada cerca del borde de la ruta y a unos metros un hombre sin casco tendido en el pasto, al acercarse ve que el motociclista, de espaldas a él, intenta incorporarse medio confundido y torpe pero en buen estado, y antes de que éste se de vuelta…le da un golpe certero y calculado.

Casi sin pensarlo, acelera el camión con rumbo cierto. A toda velocidad, pues sabe que sólo dispone de unas horas antes de que el Jefe se entere de que los caballos no llegaron, avanza a toda máquina por Ruta 36. A la media hora ya entrando en La Plata desvía de la ruta y toma un camino corto hasta el desarmadero ilegal del Colo. A esas horas y semejante camión no hizo esperar demasiado, a que saliera su dueño. Marcos baja la Honda Tornado del Scania y después de saludar al Colo, va directamente al grano.

- Tengo esto para vos, ¿cuánto hay? Sabía que el Colo no preguntaba, prefería invertir ese tiempo en desarmar.

Marcos subió al camión con el suficiente dinero en el bolsillo y rápido tomó de nuevo la Ruta 36 y no paró sino hasta que llegó a una estancia cuya larga y arbolada entrada llegaba hasta la ruta. Allí, a un costado del portón de entrada, dejó amordazado, y con los ojos vendados al motociclista que todavía seguía inconsciente. Calculó que a la estancia no entraría ni saldría nadie hasta la mañana. El desafortunado motociclista podía esperar.


A las 6 menos 10 de la mañana, llegó a Pereyra Iraola, luego de limpiar minuciosamente sus huellas en el camión, condujo hacia el interior del Parque y al llegar a unos 100 metros de la casa de Guardaparques, estacionó el camión con la lona de atrás corrida para que los caballos se asomaran.

Como todos saben, muy cerca de la casa de Guardaparques de Pereyra Iraola se encuentra una pequeña estación de trenes en la qué estos van y vienen hacia Capital Federal y La Plata. Un tren pasa rumbo a Capital Federal proveniente de La Plata a las 6:15 y los guardaparques no se levantan sino hasta las 6:30. Con el tiempo justo aguardó como una sombra humana que huye de los primeros rayos del sol, oculto detrás de la pequeña y desolada estación y cuando el primer tren del día se detuvo se lanzó hacia su interior. Al estar la pequeña estación de trenes dentro de un Parque provincial, no se cobra boleto desde esa estación. El robo de los caballos hizo que aprendiera estos detalles sobre el Parque Pereyra Iraola, que irónicamente ahora le servían para escapar de nuevo del Parque.


Mientras llegó a C.A.B.A. tuvo tiempo de pensar sobre dónde huir, y de lo que si estaba seguro, es que esta vez no desperdiciaría la oportunidad de comenzar su vida de nuevo.

De pronto se acordó de una vieja canción y esa fue su respuesta. Al llegar a Constitución, luego de comprar unas facturas con dulce de leche, tomó otro tren. El estribillo del Flaco le dio las indicaciones…


"Toma el tren hacia el sur, allá te irá bien…” *




* "Toma el tren hacia el sur” Intérprete: Almendra , Autor: Luis Alberto Spinetta

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El relato “Caballos robados” está inspirado en un hecho real: El robo de caballos de Guardaparques del Parque Provincial Pereyra Iraola de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Sin embargo, el desarrollo del relato es pura ficción, y cualquier similitud con la realidad, es pura coincidencia.







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