viernes, 31 de enero de 2014

01- Historias aisladas de la Historia humana




Cuenta nuestra Historia que en 1658, el pirata Timoleón de Osmat, Caballero de la Fontaine, quiso tomar la pequeña, pero incipiente ciudad de Buenos Aires desembarcando en su costa. Ante la inminente llegada del pirata, un grupo de porteños, tanto oficiales marinos como vecinos autoconvocados, lograron rechazarlo. Así, gracias a la feroz defensa de los rioplatenses, en aquella matutina batalla naval, el pirata perdió su nave capitana: la “Marechale”, que fue apresada río adentro muy cerca de la costa del próspero puerto del Río de la Plata. Otras dos naves fueron destruidas. La acción fue llevada a cabo por la nave “Santa Agueda”, que las persiguió, en compañía de dos naves holandesas, y las combatió en el río. El pirata perdió la vida en el hecho. O eso es lo que se creyó.

Otros acontecimientos, no tan conocidos, ocurrieron también en esos tiempos. Dos semanas después, otro suceso, bastante menor, fue noticia entre los porteños de la próspera ciudad.

Cerca de las 10 de la mañana del 18 de diciembre de 1658, se escuchó una sorprendente explosión, fue en la vieja pulpería de Jacobo, situada en la callejuela frente al muelle del canal principal. El fuerte sonido retumbó en la torre de defensa de la Guardia del Riachuelo alterando la cotidianidad de los trajines y el bullicio de la vida portuaria. La onda expansiva hizo rechinar a la estructura de madera de la torre con un sonido seco y quebrado. En un instante una muchedumbre se reunía frente a la abatida pulpería. Los curiosos que se agolpaban sobre los restos de la rambla de madera del frente de la pulpería, aportaban un sin fin de sonidos cortos y estridentes con sus pisadas, así, los tocs tocs desordenados e irritantes, sumaban mayor confusión a la escena. Las voces aportaban aún más caos.

Se escuchaban en distintas lenguas preguntas y respuestas de las más variadas. Entre las voces y gritos de alarma, un guardia repetía sin cansarse y a modo de ostinato… -¡Eso os ocurre por vender la maldita pólvora!

La gente convocada por la explosión, mayoritariamente marinos y peones del puerto que trabajaban en los muelles y callejuelas cercanas, comenzaron a revolver los escombros. El cadáver de Jacobo, muy maltrecho por la explosión, fue lo primero que encontraron. Luego, en lo que fuera una pequeña habitación, bajo una enorme mesa de sólida madera, un harapiento niño muy mal herido. Enseguida los sorprendidos rioplatenses corrieron en busca del médico. Más tarde, ya consciente, el niño contó al oficial que lo interrogó, que había ido a la pulpería a pedir una hogaza de pan para comer cuando una gran explosión lo derrumbó bajo una mesa.

Hacia la tarde, el griterío de la muchedumbre que seguía sacando escombros de la pulpería se mezclaba con traqueteo de las actividades portuarias, muy intensas ese día, ya que un inmenso buque mercante de origen francés, el Pétrel Côstes, debía partir de Buenos Aires al día siguiente.

Debido a la poca profundidad de las aguas costeras y al estar el puerto asentado sobre una lengüeta de arena, los barcos debían anclar a cierta distancia de la costa. Por lo que las carretas iban por la playa hasta llegar cerca de las embarcaciones, cargar o descargar allí las mercancías y traerlas a tierra firme. Los caballos relinchaban exasperantes sonidos de enojo, ya que ese día el viento costero soplaba fuertemente y hacía aún más dificultosa la descarga. El sonido de la carga y descarga de mercancías era constante y se mezclaba con los gritos rechinantes de la enorme cantidad de gaviotas que merodeaban los cargamentos.

Los últimos y apresurados preparativos para zarpar ofrecían toda una rica gama de lenguajes cosmopolitas. Esto es lo que le gustaba de la vida de marinero a Pierre, un joven marino francés del Pétrel Côstes, que escuchaba fascinado a los peones rioplatenses, sus voces se mezclaban con las de marineros de otras regiones del planeta, que deambulaban por todo el precario puerto. La mayoría provenían de Portugal, expulsados de la Europa antisemita y subsistían en estas latitudes como mercaderes marinos.

Pierre se apresuró a terminar de amarrar unas cuerdas, eran ya las últimas horas de la calurosa tarde porteña. Al día siguiente partía el buque que lo llevaría a su patria natal, las ansias de volver a su hogar eran inmensas. Cuatro años de puertos exóticos alrededor del mundo eran suficientes para él -quatre ans est suffisante- se repetía a sí mismo. Pero sus pensamientos fueron fugazmente interrumpidos por lo que le parecíó un quejido humano. Provenía de atrás de unas cargas. Gritó, en su idioma francés si todo estaba bien, pero no obtuvo respuesta. Decidió acercarse al enorme cargamento de madera. Cuando llegó a la parte de atrás vio a un hombre mal herido arrinconado en un hueco -par Jésus-Christ! Qui êtes-vous? –exclamó Pierre, y su sorprendido rostro se suavizó cuando escuchó al extraño hombre pronunciar su lengua… -s'il vous plaît! aidez-moi !- El hombre arrumbado contra la esquina del cargamento se dirigió a Pierre rogándole que no lo delatase. Le explicó que era compatriota suyo y que solo quería volver a su ciudad natal. Le contó que unos lugareños del Rio de La Plata le habían robado el equipaje y todo su dinero –coquin!- y, en la pelea, su brazo resultó herido. Le suplicó que sin dinero no podría volver a Francia y que por favor le ayudara. Pero Pierre le explicó que el número de tripulantes estaba lleno y que no lo admitirían como pasajero ni como marinero. No había ni un solo lugar disponible insistió Pierre. Ante la súplica del extraño hombre, decidió ayudarlo trayéndole vendajes, limpiando y cerrando la herida -Clair que je vais guérir vos blessures, ne vous inquiétez pas mon ami. Luego le explicó que podía pasar la noche ahí que él no lo delataría pero que a la mañana temprano antes del amanecer lo conduciría a tierra.

En San Miguel del Tucumán, muchos años después de aquel día en el puerto porteño, en una noche de terrible borrachera, un hombre le contó a una prostituta con la que se encontraba regularmente, que cuando era chico lo encerraron durante casi dos semanas en una habitación y fue obligado a mantener sexo con dos hombres. Le contó a la prostituta como un día, siendo él un niño pobre, había entrado a una pulpería del puerto de Buenos Aires a pedir una hogaza de pan para comer y el dueño lo encerró en una habitación. De día, mientras la pulpería estaba abierta lo mantenía atado y amordazado. Le contó que otro hombre, que hablaba un extraño idioma, también estaba en esa habitación. Este extraño hombre le pagaba unas monedas de oro al dueño de la pulpería para que éste lo mantuviera oculto, y aunque nunca supo por qué, le dijo a la prostituta que él pensaba que debería ser algún convicto buscado por las autoridades. Pero lo cierto es que un día el extraño hombre, luego de una pelea en la que el dueño de la pulpería hirió al extraño, éste, finalmente lo redujo y lo mató fracturándole el cuello. Guardándose las monedas de oro que le había dado. Desató y abusó nuevamente de él y luego preparó la pólvora para volar la pulpería. Le contó que cuando cerró la puerta el extraño, él alcanzó a refugiarse bajo una mesa que le salvó la vida.

Unos meses después de aquel día en que voló la pulpería en Buenos Aires, una mujer, en la ciudad portuaria de La Rochelle en Francia, al desembarcar el buque Pétrel Côstes proveniente de un largo viaje de más de cuatro años, busca, como otras mujeres y familias desesperadamente a su marido entre los marineros y tripulantes que descienden del barco -Où est-il? où est-il?- A diferencia de las otras mujeres, ésta, nunca lo encontró.

Una semana después de aquel día en que voló la pulpería, en un pequeño arroyo del Rio de La Plata, Álvaro, pescando en un bote con su hermano mayor forcejeó al ver que se le había enredado el hilo con el que pescaba. La experiencia aquella, que hizo que nunca más quisiera pescar, la contó durante toda su vida el hermano mayor de Álvaro a todos sus hijos y nietos. Su relato narra cómo su hermano menor tironeó de la improvisada caña de pescar hasta que logró atraer hacia el bote aquello con lo que estaba enredada, su grito fue agudísimo al ver la pierna de un cadáver. El cadáver en cuestión nunca fue reconocido por nadie.


Extraños acontecimientos ocurren cotidianamente, de los cuales, no sólo no nos enteramos, sino que, de enterarnos, pasan como sucesos aparentemente inconexos con otros hechos y noticias que desconocemos. La historia se forja también con estos hechos aparentemente inconexos. A veces las conexiones se pierden para siempre y se vuelven historias aisladas en la historia humana.








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