viernes, 31 de enero de 2014

04- Al gran pasto argentino… ¡Salud!





El auto avanzaba por las pampas bonaerenses de principios del siglo XX, el camino se borraba permanentemente, apenas una delgada huella de gramíneas transitadas, que, duras y verde-amarillas insistían en rebrotar y colonizar.
-Le ganamos la colonización de estas tierras a las gramíneas –bromeaba el escribano Fuentes Vespucio Saavedra de Orza Ruiz, pero la Señora estaba absorta mirando por la ventanilla.

Eran los horizontes alejados y contorneados por millones de Cola de Zorro, los que llamaban su atención, daban un aspecto de cima entre nubes irreales. Todo eso transcurría en un tempo automóvile. La ventanilla, parecía una pantalla de cine reducida de tamaño y de muy baja calidad cuya imagen saltaba en un ritmo liso y también abrupto. La imagen se movía por el auto, las colas de zorro se movían por el viento.
Le parecía por momentos una hipnosis, por momentos un vómito. La pampa era un país primitivo, donde el viento es un rey pagano. Donde los malos espíritus vuelan muy veloces. Se esconden…, se esconden entre los matorrales retorcidos de esos árboles “Tabas” o “Talas” o como le llamen. Llenos de espinas y pastos prehistóricos, donde la cruz cuenta una muy corta historia.

Eran estos los lugares por los que el auto intentaba avanzar, pisando, secando, pisando, secando, pisando...

Y logró luego pisar en caminos de piedrillas, luego más lisos aún, luego más asfálticos, más muertos de vida. Las ruedas ya no pisaban y mataban a las gramíneas colonizadoras de la pampa argentina, sino el asfalto, la ruta, la población, la comunicación, la red no virtual de civilización que se extendió por la pampa de ese color argentino. Luego esas casas de cemento comenzaron a oscurecer la tierra, y unos animales domesticados y “de granja” nunca vistos antes, comenzaron a comerlas.

-¡Adiós pampa gramínea! -la cargaban otras espigas. Espigas vendidas como esclavas, creadas y criadas por la mano humana, cebo de ratas. Artificiales, clonadas desde hace ya miles de años, como planta esclava. Espiga dorada de un dios lejano llegada a la pampa de la nada. ¡Por el Rey Viento no vinieron! llegaron por agua, en cajas flotante de madera humana.

¡Adiós pampa gramínea! Autóctona te llamarán las lenguas exóticas que te secaran viva. Conquistadora vencida.

Por años, erguidas como el Gran Pasto de los Sures, ahora mendigas en jardines, un lugar donde crecer, aunque ya no formes el paisaje, sino solo paisajismo decó. O un lugarcito en algún baldío en una cuadra de edificios rancios y podridos, entre sombras, escombros y olvido.

El gran Ford T se zarandeaba como juguete con confite en su interior. Avanzaba a paso zamba entre las pampas argentinas. Los autos conquistaron Argentina, de a poco, gradualmente fueron incorporándose a la región los nuevos dueños. Se ramificaron en lotes de ridícula dimensión que llamarían “patio grande”. Algunos pastos con suerte siguieron viendo la luz en las llamadas plazas descuidadas y terrenos en inversión.

Lo cierto es, amigo pasto-pampa, que tu reinado acabó. Pero esperas a la sombra reducido y latente, en sumisa posición, pronto será tu semilla ejército de salvación. Tal vez serán mil años, o dos mil, o un millón. Todo imperio cae al ras del pasto cuando llega la ocasión.

Con tu aliado el Dios Viento y un poco del Dios Sol, los lotes volverán a ser desiertos.
Reinados indomables que forman tu sueño de un pasado mejor.

Al gran pasto argentino… ¡Salud!








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