viernes, 31 de enero de 2014

02- Algunos pueden volar

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(Relato sobre la Canción del panadero)


Hola, mi historia es simple. Crecí en una gran avenida, de una gran ciudad. Mi barrio era permanentemente sometido al smog de la industria automotriz, al ruido de sus motores y bocinas y a los repentinos arrancones que frecuentemente te hacían desquiciar. El griterío de la muchedumbre era constante. Durante el día, la gente transcurría incesantemente por la vereda, había que tener mucho cuidado donde uno se apoyara ya que, si no extremabas precauciones, te pasaban por arriba sin ningún miramiento. Hacia el mediodía el calor emanado por el asfalto de la calle y el cemento de la vereda era insoportable. Si pasaban muchos días sin llover, el calor se concentraba en todos los edificios que rodeaban el lugar donde yo vivía y te daban ganas de morir. El viento arrastraba el polvo que penetraba por todos mis poros, había días en que apenas se podía respirar.

Pero de pequeño, no cuestionaba nada de aquello, quizás por haber nacido en ese barrio, no me ponía a pensar que podía haber otra forma de vivir, que no era lo único que había en este mundo. Y es que, miraba a la gente pasar y los veía tan acostumbrados, tan adaptados a ese trajín en la avenida de aquel barrio de aquella gran ciudad, que todo parecía ser normal. Todos respiraban el smog, todos gritaban y se empujaban, todos corrían apresurados y malhumorados.

En fin, mi niñez transcurrió así, sufriendo, sin saber, todas estas calamidades, que para mí no fueron tales, eran males comunes y cotidianos.

Pero a medida que fui creciendo la situación empeoró. Comencé a sentir que no tenía espacio en ese barrio de aquella gran ciudad. A veces la sensación de malestar era muy fuerte que el stress dominaba mi cuerpo, mi mente, mi comportamiento. Algo no estaba bien. Al principio no sabía qué era lo que estaba mal, sólo intuía, pero no comprendía.

Con el tiempo comencé a crecer interiormente, pero no hacía más que darme la cabeza contra la pared. Todo lo que yo proyectaba, que no era más que una exteriorización de mí ser, era cercenado por la sociedad que me rodeaba. La agresión comenzó a sentirse. El malestar y el estrés me dominaban. Me sentía solo, me sentía un ser extraño y apartado. No sabría decir que era peor, que me ignoraran por completo o que se fijaran en mí sólo para arrancarme mis ímpetus de crecimiento. Pero fui testarudo y ante cada pisoteada que me daba la sociedad que me rodeaba, más tenaz se volvió mi deseo de crecer. Así fue mi adolescencia, crecí rodeado de un mundo hostil.

Un día, mi vida cambió completamente. Comencé a sentir que algo crecía en mí. Un nuevo ser, un nuevo yo. La transformación, la evolución de mi esencia. Cambio. Un instinto ancestral me empujó a crecer y desarrollar algo nuevo en mí. Comprendí que debía superarme, que debía buscar nuevos horizontes, nuevas metas, elevarme y buscar un nuevo terruño, donde comenzar de nuevo. Y ya no sería yo, sería yo, más mi nuevo yo. ¡Elegir dejándome llevar! Fuertes vientos me sacudirían y me harían volar lejos, alto, para buscar y encontrar el lugar adecuado, con condiciones favorables para semillarme y desarrollar mi nuevo yo.

Y así fue que aprendí a volar y encontré… mi bosque azul.

Saludos.

Por cierto, olvidé presentarme, mi nombre es…



Diente de León





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